El atardecer se reflejaba en mis ojos, y mis pies empezaban a estar mojados.La marea había subido.
A lo lejos aparecieron dos barcas.
La primera se me mostraba perfecta, más envuelta en un inmenso oleaje.
La otra vagaba sin rumbo, y tan sólo conservaba medio remo.
Cuando se acercaron nadé hacia las dos, en cada una de ellas había un hombre.
Ambos eran bellos pensé. Más el segundo tenía la mirada triste.
No sabía qué barca alcanzar, las dos me atraían poderosamente.
Sabía que si me subía en la primera, viviría una vida difícil. Unos días calmada y otros tormentosa; más había tanto amor en sus ojos y tanta bondad en su corazón.
Me alargaba su brazo y pensé en alcanzarlo, más...volví por última vez los ojos sobre el hombre triste. Aquel que había amado demasiado y no había sido justamente correspondido.
Un inmenso amor nació en mí, una inmensa ternura. Él no me tendía la mano...no.
Indecisa, me alejé y empezé a sentir que mis piernas no respondían.
De repente una larga cola sustituyó a mis piernas.
Los miré, y como no podía elegir, me marché nadando hacia una roca.
En ella me senté, esperando mi destino.